En el primer piso del Ayuntamiento de Móstoles hay un imponente mural de dos artistas mostoleños, los hermanos Algora. En él se representa la evolución histórica de nuestra ciudad, de pequeño pueblo castellano a gran urbe del cinturón industrial de Madrid. El salto demográfico que refleja el mural fue impresionante: los poco más de 3.000 habitantes de principios de los sesenta se dispararon a 160.000 a principios de los ochenta, y hoy superamos los 200.000. Como otros pueblos de aluvión, Móstoles se construyó como una especie de campamento de refugiados a cámara lenta, que acogió como buenamente pudo a miles de familias humildes que despoblaron los campos extremeños, gallegos, andaluces y castellanos. Y que venían a la capital en búsqueda de un futuro mejor y una vida menos dura.
Esa gran transformación que refleja el mural marcó a fuego dos rasgos centrales de nuestra identidad colectiva. El primero, Móstoles fue, es y será hija del trabajo. Lo que aquí se consigue, se consigue con esfuerzo, sin enchufe, sin ventajas. Por desgracia, hasta ahora Móstoles no ha sido mucho más que una cama para descansar de esos trabajos malos, que casi siempre están lejos, y que son mucho peor pagados de lo que sería digno. El segundo, un carácter inconformista y luchador. Móstoles creció demasiado rápido e importando demasiado poco a quienes tenían el poder: nada nos fue regalado. Cada derecho fue una conquista. Y aquí hay que reconocer una deuda con nuestros padres y madres. Los que nacimos en los albores de la democracia a veces hemos sido un poco injustos con ellos. Injustos porque les acusamos de cobardía política y de resignación. Sin duda una sociedad mejor hubiera sido un premio bien merecido por todo lo que este pueblo, en el último siglo, ha sabido arriesgar y defender. Pero también es cierto que si a veces no hemos sabido valorar como se merecen cosas como el hospital público, el colegio o el parque es porque todos esos logros nos vinieron peleados.
En el siglo XXI toca dar continuidad al mural de los hermanos Algora. ¿Cómo seguirá la historia? Hay quien no tiene ideas para nuestra ciudad. Y hay quien las tiene perversas, como volver a apostarlo todo en el casino de la especulación, las burbujas, los contratos de trabajo low cost. Nosotros tenemos un modelo diferente: poner a Móstoles a la cabeza del cambio que ya está viniendo. Empleo verde de calidad, transición energética, modernización ecológica del modelo productivo, feminismo, gobernanza participativa, nuevas tecnologías al servicio del bien común, cultura y talento local y todo sin dejar a nadie atrás. Que Móstoles pierda para siempre el complejo de ciudad dormitorio. Que Móstoles sea no una ciudad para dormir, sino una ciudad para vivir bien.
No solo trabajador e inconformista: el carácter de Móstoles también es alegre. Por eso nos hemos sabido reír, hasta hacerlas nuestras, de algunas de las bromas que durante muchos años hemos inspirado. Las empanadillas o el Más Allá. Pero queremos que el Móstoles del siglo XXI sea inspirador por otras cosas: por nuestras científicas expertas en energías renovables salidas de nuestra Universidad, por nuestras escenas musicales independientes, por reducir a cero las agresiones machistas, por un tejido de PYMES que lleve la delantera de la rehabilitación ecoeficiente de las viviendas de la Comunidad de Madrid.
Para ello la política hoy tiene una única tarea que podría justificar su función ante una ciudadanía que, no sin razón, se siente cada vez más lejos de sus instituciones: que la placa solar, la igualdad de género, las ayudas de dependencia o un aire limpio y sano les cueste a los niñas y niñas que hoy crecen en Móstoles un poco menos de lo que les costó a sus abuelos el hospital, el colegio o el parque. Esa será la obsesión de Más Madrid Ganar Móstoles.